8 de enero de 2008

Expiación: más allá de la pasión, de Joe Wright

Expiación, más allá de la pasión”, ridícula y cursi coletilla la que la han buscado a “Atonement”, título original de la película, y novela en la que se basa, para darle un mayor halo de dramatismo rosa a esta historia. Basada en la multiventas, mucho más bonita esta palabra no registrada por la RAE que bestseller, “Atonement” de Ian McEwan, puede sufrir el efecto Código DaVinci. Es decir, que todo el mundo sepa que es una mierda el final que le aguarda y que no la vaya a ver nadie. Como en España la novela se ha leído poco o nada, no se corre el riesgo de escuchar los estúpidos comentarios al salir de la sala de, “el libro es mejor”…

No hay nada que se le dé mejor a los británicos que rodar complejas historias de amor en tiempos convulsos y en lujosos escenarios. Si hacemos memoria recordaremos un buen número de películas que se han realizado bajo estas tres sencillas características. “Expiación” presenta la historia de Cecilia, hija de una importante y poderosa familia que busca la pasión dentro de los límites de lo que ella entiende que es su posición, pero sin renunciar, desde un primer momento a decir verdad, a la victoria sobre sus remilgos y entregarse de lleno al amor. Por supuesto no puede faltar el chico que le atormenta su corazón. Éste no es otro que Robbie, el hijo del criado al que el padre de Cecilia paga los estudios para que no se quede en criado y al que está a punto de subvencionar la Facultad de Medicina. Él se esfuerza en encontrar el modo de acceder a Cecilia. Bien sea encontrando los palabras adecuadas en una nota de disculpa que trata de componer mientras se inspira con La Bohème o en el comportamiento adecuado en una cena de gala. Una pareja que necesita el imprescindible elemento distorsionador en forma de hermana pequeña feucha y repelente. Personaje clave para la historia de sufrimiento que se presenta bajo esta seudocopia de equívocos trágicos a lo Jean Austin [guiño, guiño –Teddy Bautista– guiño, guiño]. Historias de celos, amores no correspondidos, equívocos y venganzas inútiles. Solo falta la adaptación de Emma Thompson.

Joe Wright, en parte heredero de James Ivory, toma ciertas reglas del buen relato inglés y mantiene el estilo con sobrada maestría. El amor contenido en el corsé de las clases sociales, la intimidad compartida más allá de los gestos, las miradas que lo dicen todo… y, cómo no, una banda sonora auténticamente prodigiosa que imprime en los pasos del espectador el ritmo adecuado para no perder ni un fragmento del argumento. Como dato a tener en cuenta, y aunque se desarrollará en más escenarios, la primera mitad de la película transcurre en la habitual mansión británica a la que se saca todo el partido posible y que, plano a plano, parece el escenario común a toda una saga. Buen trabajador, cada detalle está perfectamente rodado. La riqueza de cada plano no deja lugar a dudas del cuidado de un director que concede, sin complejo alguno, plena libertad a sus actores para que se luzcan. Especialmente a Knightley, con la que ya trabajó en “Orgullo y prejuicio”.

La historia transcurre en un ritmo lento pero sin detenerse en casi ningún momento. Podemos distinguir tres partes dentro de la historia a modo de pieza teatral clásica. La mayor parte de ella se desarrolla en el planteamiento de la historia. La presentación de los personajes, el error y la culpa que se atribuye al inocente. Rodada con gran maestría en cada uno de sus detalles. Cautivando al espectador en cada uno de los planos magníficamente preparados que Wrigth presenta en pantalla. Sin embargo, y justo cuando nos encontramos en el nudo que decidirá la suerte de los protagonistas, el interés se diluye en una serie de intrascendentes escenas que aunque avanzan en el argumento no parecen llevar a ninguna parte. Especialmente cuando se encuentran ciertas reminiscencias, en la búsqueda del camino de retorno del amante, con aquella que iniciaba Jude Law en su reencuentro con Kidman en “Cold Mountain”. Carente, por cierto, de toda lógica una vez que descubrimos cómo nos tratan de colar el truco final, y lleno de artificiosidad, en el desenlace de la historia para explicar el por qué del título. Una resolución que no está a la altura de tan brillante primera hora de película. Lástima que, y seguramente la culpa sea de la novela que se adapta, el guión no se viese interrumpido por la huelga de guionistas.

Keira Knightley, una de las más jóvenes y prometedoras actrices, y ante la que me encuentro absolutamente postrado, realiza una interpretación brillante, como nos tiene acostumbrado en todos sus papeles serios. Alejada de la sombra de su inseparable Elizabeth Swann de la saga “Los piratas del Caribe”, ensaya nuevos gestos y matices que le dan más personalidad que en su papel nominado al Oscar de Elizabeth Bennet. Su sensualidad trasluce mucho más que su vestido mojado, del mismo modo que la pasión no le deja lugar a dudas a su pareja, Robbie, James McAvoy, el amante, no es el actor protagonista de la televisiva “Everwood ni es familia suya, por mucho que se parezcan. Más que correcto, languidece frente a la belleza de una Knightley que acapara cada uno de los planos. Incluso cuando ella no sale te estás acordando… Por último, la hermana repelente y feucha a la que Wrigth exprime obteniendo un magnífico resultado. Interpretada por Saoirse Ronan a los trece años y por Romola Garai a los dieciocho, desvelará el petardo que le espera al espectador en la encarnación de otra actriz, Vanessa Redgrave, una de las grandes damas del cine.

Abstenerse si vieron películas como “Lo que queda del día”, “Regreso a Howard End” u “Orgullo y prejuicio” y no les gustaron.

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